es el sentir general de los cicloturistas: el tiempo se ralentiza y se estira. Así dos días parecen cinco y una semana es un tiempo inmenso repleto de anécdotas y momentos
(texto sacado del libro: Pedaleando hacía Ítaca, editado por Pedalibre Ediciones)
“De mi efímero paso por los Encuentros o, como envidiar a un pueblo por su alcalde”
En las estrechas callejuelas del pueblo de Molinos (Teruel), todo era silencio, la luna dejaba ver su reflejo en los húmedos adoquines de la plaza, resultado del vino y del agua de la fuente tirados entre la gente, al son de la dulzaina; en un rincón de un soportal dormitaba despreocupada una pareja, ella apoyada en el hombro de él, cansados o, un poco embriagados de tanta fiesta y baile, un gato pasaba rápido de la luz a las sombras. Todo el pueblo de Molinos horas antes bailaba y, ahora, dormía envuelto en ese silencio mágico que sigue después de un acto de vida y creación.
Había llegado a los Encuentros deslizándome con la luz, sobre mi bicicleta, atravesando parajes del Alto Tajo, serranías de Albarracín y tierras del Jiloca, para entrar en el Maestrazgo por su bella zona noroeste, por Ababuj, Aliaga y Eljuve; así, entre silencios, bosques, vientos y paramos di con mis ligeros y menudos huesos, la tarde del día 7, con un grupo reducido de viajeros que con sus pertrechadas bicicletas iban camino de una perdida ermita, a reunirse con todos los cicloturistas de los Encuentros, ésta, situada entre la silueta de una centenaria encina y el vuelo majestuoso de los buitres; allí fue, donde la luz del atardecer me volvió a traer abrazos lejanos en el tiempo, miradas cercanas y sonrisas frescas, también me trajo descubrimientos, sorpresas y palabras, que ahora, son recuerdo: yoga, tai-chi, un cuadro partido en dos del tandem de Jesús y Bea, unos carteles escritos a mano para avisar a la gente de la no- existencia de agua, con la que limpiarse el polvo del camino, unos codos llenos de grasa, una cena frugal iluminada con minúsculos puntos de luz y, ………….. un dulce sueño, que me arrastro junto a otros soñadores hacía el alba de un nuevo día.
El siguiente día amaneció bajo el constante zumbido de las abejas que libaban con fruición el néctar de las flores de la encina y la luz trajo: diálogos, risas, palabras, miradas, desayunos compartidos, más tarde traería debates, presentaciones, murmullos, aplausos en la asamblea de Conbici y algún que otro despiste siempre resuelto con estas tecnologías del siglo XXI.
Ya por la tarde, después de darnos un festín bien ganado, nos encontramos dando con nuestros cuerpos serranos en la piscina del pueblo, dejándonos mecer por el agua, como si en una primigenia placenta se tratase, esperando el nacimiento de un nuevo ser.
Lentamente, el sol iba perdiendo fuerza y, a nuestros oídos empezaban a venir sonidos de instrumentos musicales y con ellos, ecos de fiesta, ecos que me traen palabras que ya son recuerdo: hoguera, fuego, barullo, gentío, música, miradas, cervezas, y un tipejo hablando y gesticulando en medio de la plaza del pueblo, era, es, el alcalde de Molinos, todo un personaje que relató la historia del pueblo, su propia historia familiar y otras cosas que tendríais que haber escuchado por cómo las narró y representó, el alcalde ya iba un poco chisposo y con ese estado de gracia deslumbró, fascinó a todo aquel que tuviera a bien escucharle y oírle.
Barba de cuatro días, vestido con unos vaqueros y camiseta blanca más parecía Steve Jobs, que un alcalde que muchos nos imaginamos al uso: traje, corbata, tripa y papada de cerdo y escoltas en la chepa; este individuo era sensacional, lo mismo estaba removiendo las brasas para poner la carnaza, que sirviendo vino de las garrafas a todo aquel que pasará por la mesa donde se sirvieron los manjares, bailó, bebió, aplaudió, estuvo departiendo con todos los que por allí se movían, se abrazó, disfrutó como todo buen vecino y foráneo de los que por allí caímos, recogió vasos tirados en la plaza………….
…………..”y la música de la dulzaina nos sumergió en un estado de magia y sortilegio creando una atmósfera de unión con seres etéreos y, todo giraba, giraba, giraba el tiempo y, con él la noche………y en la plaza, se respiraba vida, voluptuosa y alegre vida y, el alcalde “iluminado”, iluminaba las calles y con él, cual flautista de Hamelín, arrastraba a todos aquellos seres de fuego, de aire, de agua y de tiempo hacía el centro mismo del encantamiento”.
Al día siguiente vendrían las cuestas y los sudores y, entre ellas, la belleza, los ritmos cadenciosos y los infinitos campos y entre ellos, la belleza, y las averías y los cables pelados y entre ellos, la belleza, las duras rampas y los calores excesivos y entre ellos, la belleza,…………… tanta belleza…………
Carlos Gamo
2 comentarios:
Hola Carlos,
Tan bueno como el postre Veronés.
A seguir así,
jenri y luci
Doy fe. Yo fui uno de las ratas "encantadas" que recorrieron las calles de Molinos, entre fuego, agua, música y alegría, alcanzando un éxtasis difícil de describir con palabras. Excelente relato, Carlos.
Marcos A. García
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